El Juramento
Por Gabriel García
Márquez
[Crônica do ícone da
literatura sul-americana sobre a primeira vez que foi a um estádio de futebol.
A partida em questão é o duelo colombiano entre Junior de Barranquilla, do
atacante brasileiro Heleno de Freitas, contra o Millonarios, do argentino
Alfredo Di Stéfano, realizado no dia 14 de junho de 1950]
Y entonces resolví
asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores,
tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a
ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado.
Alfonso y Germán no
tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del futbol,
con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en
ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el
último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El
primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en
un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había
tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una
manera inaceptable: el sentido del ridículo. Ahora me explico por qué esos
caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su
tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores.
Es que con ese solo
gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita
no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad. No sé si mi matrícula de
hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones
personales acerca del partido… En primer término, me pareció que el Junior
dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha
en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy
pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad
correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como
comentarista de futbol?).
Por otra parte, si
los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino
escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor
de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de
investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan
suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística
de policía. Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino
Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas
partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once
señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de
escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera. Berascochea habría
sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos
tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de
alfiler. Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos –que ayer se portó
como cuatro– cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran
llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad.
De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no
podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus
compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más
modestas condiciones literarias.
Y esto por no entrar
con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica.
No creo haber
perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la
santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a
alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Adalberto Reyes,
a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la
segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo –desde el punto de vista
deportivo– la oveja descarriada”.
Mestre! Antológico!
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